"Comparto esto chiquitito... recientemente volvió a caer en mi poder el libro Gracias Por El Fuego, de Mario Benedetti... y redescubrí ciertas descripciones que son sencillamente maravillosas.
De a poquito iré compartiendo con el blog :) pero si alguien suma comments, ¡bienvenido!"
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Gracias Romina, esperamos tus comentarios
4 comentarios:
Un diálogo entre un hombre y una mujer, uruguayos ambos, que critican el laicismo de sus compatriotas, sentados a la mesa de un restaurant en Estados Unidos, año 59. Hablan de Dios y del pecado.
- Yo no pretendo que el ser humano deje de pecar. Errare humanum est. El error, el pecado, están en el ser mismo del hombre.
- ¿Vos querés decir el pecado original?
- Eso mismo, vos me comprendés. Pero reconocé que es muy diferente pecar sin sentido de culpa, casi gozosamente, como lo hace el ateo, y pecar, como podemos hacerlo vos o yo, sintiéndonos cristianamente culpables ante Dios.
- Te diré más; yo creo que el sentido de la culpa le agrega otro sabor al pecado.
...
- Exactamente, otro sabor. ¡Qué cosa aburrida debe ser el pecar cuando se es ateo! Realizar lo pecaminoso sin que nadie te pida cuentas.
- Horrible. Lo pienso y se me encoge el corazón.
- Por eso las grandes obras de arte se han construido siempre alrededor del pecado.
- Lo cual, en el fondo, significa construirlas alrededor de Dios.
- Naturalmente, porque sin Dios el pecado no existe. Y se han construido alrededor del pecado, porque el pecado está prohibido y tiene castigo, y eso es lo estético: el conflicto entre la prohibición y la culpa. Mejor dicho, el arte es la chispa que resulta de frotar la prohibición con el castigo.
Buenísima la conversación y las conclusiones a las que llegan.
Es definitivo que si no hay blanco no hay negro, y si no hay luz no hay oscuridad, por lo que si no hay Dios no puede haber pecado. Y como los ateos no pecan según su juicio, entonces, ¿dónde les queda la diversión de lo prohibido (por Dios)?
Me gusta este razonamiento, creo que todos hemos pasado por él en algún momento.
Y esta conclusión me resulta genial:
“- Por eso las grandes obras de arte se han construido siempre alrededor del pecado.
- Lo cual, en el fondo, significa construirlas alrededor de Dios.”
¡Gracias Romina!
¡Quedamos a la espera de más!
Descripción de un chico de 6 años invitado a elegir un regalo en una enorme juguetería...
"Ahora no hay jugueterías tan bien surtidas. Los juguetes parecían extenderse hasta el horizonte. Triciclos, pelotas, monopatines, diábolos, royal ludo, manomóviles, soldados de plomo. Elige el juguete que quieras, dijo Papá. Yo había estado mirándome el zapato de charol. Alcé lentamente los ojos. Lentamente, para que el festín visual fuera llegando de poco a poco. Había, hay un hombre detrás del mostrador. No puede aguantar la risa. Se va a empachar, dice. ¿Te decidís? insiste Papá. A mí me gustaría llevarme el triciclo, más el monopatín, más la pelota, más los soldaditos. Pero hay que elegir. Papá me ha prometido: Si dejás que el doctor te dé la inyección y no llorás, te llevo a lo de Oddone y te doy permiso para que elijas lo que más te guste... Yo no he llorado y Papá cumple la promesa. Lo que más me gusta es la caja de soldados, pero me da mucha lástima que me guste precisamente eso, lo más barato. Qué problema, eh botija, dice Oddone. No me agrada la cara de Oddone. Hago fuerza para que el triciclo me guste más que ninguna otra cosa. Tengo noción exacta de que el triciclo es el juguete más lindo, el que será más codiciado por los otros chicos de mi calle. ¿Y?, vuelve a preguntar Papá, esta vez consultando el reloj. Quiero los soldaditos. Lo digo en mi media lengua. Mucho tiempo después pude comprender que tanto Oddone como Papá, por distintas y comprensibles razones, se habían sentido defraudados. Pensalo bien, nene, me advierte Oddone. ¿No te gustaría más el monopatín? Tiene llantas de goma, freno y campanilla. Claro que el monopatín es estupendo, pero a mí me gustan más los soldados de plomo. Déjelo, interviene Papá, él sabe que puede llevarse lo que quiera. Respiro aliviado, sobre todo porque Oddone, al hacerme propaganda del monopatín, me ha hecho dudar. Y a esta altura yo no quiero dudas; quiero que me sigan gustando los soldados sobre toda otra novedad, por fabulosa que ésta pueda ser. Quiero los soldados, repito con una firmeza que no deja lugar a ninguna esperanza para Oddone. Papá sonríe. Me mira. Esos ojos azules y sin embargo cálidos. Se quita la boquilla antes de decir: Lo que vamos a hacer es llevarnos diez cajas de soldados. Le abrazo una pierna. Después me doy cuenta de que le estoy aplastando la filosa raya del pantalón. Aflojo la presión. ¿Todos diferentes?, pregunto, todavía nervioso, todavía sin creer. Todos diferentes, asegura Papá.
¡Qué linda imagen!
¡y qué grande Papá!
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